martes, 10 de noviembre de 2015

La teoría política de Hannah Arendt (1906-1975)


 Hannah Arendt (1906-1975).

Un punto central en la vida es construir la polis teniendo en cuenta los intereses de los ciudadanos y sus gustos. Eso nos lleva al problema de cuáles son las opiniones y los gustos de cada uno. La consideración de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo útil y lo inútil, influye en la actitud de cada ciudadano frente a lo público. Ahora bien, ¿cómo puede el teórico hablar de lo público si no tiene más que una perspectiva de los asuntos, la suya propia? ¿Es eso suficiente? ¿Puede inferir los intereses de los demás a partir de los suyos? ¿O puede mediante algún ingenio ponerse por un instante en el lugar de los demás para contemplar lo que ellos ven? Aun así, ¿podría también conocer los sentimientos, las ideas y las emociones que les llegan a ellos cuando tratan de un asunto publico como los impuestos, la guerra, las exportaciones o la elección de gobierno? Arendt sí cree que sea posible. El bios theoreticos que fundamenta la polis requiere que el pensador pueda contemplar los hechos teniendo en cuenta las percepciones e ideas de sus conciudadanos. Si no, estaríamos encerrados en la cárcel de la doxa u opinión individual. Todo sería doxa que busca la fama y esconde siempre la intención de arrastrar a alguien hacia nuestras ideas. La vida sería una sucesión de doxai, de opiniones persuasivas que entran en pugna por su carácter excluyente e impositivo. Es lo que Eric Voegelin llama la doximata, al referirse a este estado de cosas que ha cultivado el siglo veinte. Arendt cree en la habilidad humana para trascender esta limitación del pensar. Pero no acepta que para ello se requiera empatía o capacidad 6 para sentir los hechos públicos como si fuésemos otro ciudadano. Ese cómo si queda fuera de su pensamiento. Arendt no cree que eso sea aceptable. La empatía requiere una invasión del otro para adoptar su propio lugar y empieza por aniquilar a ese otro que queda volatilizado en el ensayo. Empatía implica en realidad la fusión de dos personas; aunque la fusión puede no ser física y moral, y limitarse sólo a un acto intelectual. Aún así, revela un punto de partida misionero e invasor. Por tanto, su idea de teorizar se apoya mejor en la idea del ser ampliado (enlarged self). El individuo ha de ser capaz de entender lo que siente o piensa otro conciudadano ante lo público porque todos somos parecidos en una constitución física y anímica básica, somos miembros del mismo género. Ni siquiera se precisa estar acompasados en nuestras vidas por ser miembros de la misma cultura o raza, sino que nos debe bastar el pertenecer a la misma especie. Como ha señalado Richard Bernstein, refiriéndose a esta explicación de Arendt: “la mentalidad ampliada (...) nos exige expandir nuestra imaginación para poder pensar desde el punto de vista de los demás3 ”. Es esa mentalidad ampliada la que nos permite emitir juicios: “la capacidad de juicio es una habilidad política específica en el propio sentido denotado por Kant, es decir, como habilidad para ver cosas no sólo desde el punto de vista personal sino también según la perspectiva de todos los que estén presentes”4 . Es interesante la importancia que Arendt le da al juicio, a la capacidad de juzgar que cada uno tiene en cada momento. En la obra magna de su pensamiento Life of tne Mind, Arendt organiza su trabajo en tres volúmenes y deja para el final el que iba a dedicar al juicio. Sabemos lo esencial que era para ella esta función y la importancia que le daba en la política a este segmento. Puede que tuviera razón al mantener que sólo Kant y ella misma se habían atrevido a abordar el asunto de cara y con la extensión que su importancia merecía. Montesquieu lo había señalado no obstante como elemento central de su arquitectura. Aunque ya había aparecido a su modo en la retórica como una de las maneras de la oratio. 7 A este respecto Marco Fabio Quintiliano, el teórico político de la retórica, afirmaba claramente que el orare podía ser de tres maneras: demostrativo, deliberativo o judicial5 . Estos eran los modos de ejercer el decir, de hacer política. En el ágora tales maneras se convertían en las tres maneras de decir básicas que sustentaban la polis, la vida compleja y libre que la ciudad promovía y favorecía maravillosamente. Creo que sobre este punto cabe hacer alguna precisión, ya que Hobbes también concluye que el juicio es esencial en la acción política, en la commmonwealth; y cree que para llegar a tener un juicio sobre algo se hace imprescindible tener en cuenta las enseñanzas de la ars retorica. El prestigio del orador y la necesidad de convencer para trahere a los conciudadanos a la verdad y a lo justo, se le hacen imprescindibles. No así para las ciencias de la naturaleza. Es cierto que Hobbes, al escribir De Cive, estaba en contra de la scientia civilis y negaba la validez de sus enseñanzas para la construcción de una ciencia de la política. Pero estas posiciones radicales fueron revisadas después y dieron paso a otras muy diferentes, que son las que alumbran Leviathan. La producción de juicio por parte de los ciudadanos implica siempre sensaciones personales; es decir requiere pasión. Y Hobbes no solo lo admite sino que manifiesta claramente que tal ingrediente es imprescindible. Está ahí, nos guste o no, y para bien o para mal. En cierto modo coincide con Quintiliano, a quien había leído en latín6 . Quintiliano se plantea la enseñanza de la política como la administración de un antidotous7 que el maestro debe dispensar con prudencia y tiento a sus alumnos. Hobbes también ve la enseñanza como un posible remedio contra “oppinions which are gotten by Education” 8 (opiniones obtenidas a través de la educación). El antídoto se da contra el error, la desviación interesada y el engaño. El maestro ha de liberar a sus alumnos, pero éstos con frecuencia no quieren salir. Cuando se le enseña a alguien algo que desconoce, puede que la simple exposición de lo bueno o lo veraz ante sus ojos le 8 permita aceptarlo. Pero ¿qué ocurre si ya lo tiene aprendido y mal aprendido? ¿O si el aprender, como diría Machiavelli, nuevas formas y maneras de vivir implica necesariamente desechar las que ya se practican y se tienen bien asentadas? Si, como es lógico pensar, esas maneras de vivir están en nosotros porque nos tranquilizan o simplemente porque nos parecen buenas, ¿cómo aceptaremos otras que vienen a demostrarnos que hemos sido necios, descuidados o ingenuos al vivir con las anteriores? Teniendo en cuenta la omnipotencia del ser humano –léase en términos morales, pride o soberbia–, es muy posible que se encuentren fuertes resistencias a la verdad. Resistencia es una palabra política que Sigmund Freud adoptó, como en tantas otras ocasiones, para su vocabulario psicológico. Admitir nuevas explicaciones o nuevas realidades es siempre controvertido. Por eso suele ser arriesgado para la integridad de quien las postula. En este asunto la pasión está siempre presente. Por mucho que el científico de la política se esfuerce por evitar la pasión, los sentimientos aflorarán para tomar parte en el juicio que los nuevos planteamientos del maestro suscitan. En el juicio siempre tendremos afectos, gustos primarios que condicionan y sustentan el criterio estético: el me gusta o no me gusta, el me encanta o me repugna; en fin, el me entusiasma o me deja indiferente. El modo judicial está en Hobbes valorado tan claramente como en Arendt. El juicio es esencial para ser ciudadano, es parte central de la vida política. Y el juicio democrático exige varias cosas: testigos libres y sin miedo, sesión pública, elaboración lenta del proceso, posibilidad de defensa asistida, ecuanimidad en el juez, tranquilidad en el transcurso de las sesiones; o, si se prefiere, garantía contra la coerción, el arrebato o lo conminatorio de las actitudes vigilantes. Es decir, respeto a la letargia. Todo eso entra en la política que valora Hobbes y también en la política que entiende hondamente Arendt. Aunque todo indica que Hannah Arendt no tuvo conciencia de tener este valioso precedente en la tradición inglesa.
 

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